Incorporación Académica a la Confraternidad Bolivariana de América De Mgs. Fanny Fabiola Correa Défaz

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Dra. Fanny Fabiola Correa Défaz, recibe la condecoración «Manuela Sáenz Libertadora del Libertador en el Grado Internacional de Primera Clase»

Acto de incorporación académica a la

Confraternidad Bolivariana de América,

Capítulo República del Ecuador,

De la Sra. Mgs.

Fanny Fabiola Correa Défaz

e imposición de la condecoración

“Manuela Sáenz Libertadora del Libertador, en el

Grado Internacional de Primer Clase”

San Francisco de Quito, 21 de octubre de 2016

CONFRATERNIDAD BOLIVARIANA DE AMÉRICA

CONSEJO DE FUNDADORES

Cra. 11 N. 87-51 Tlf. 6401213. Ext. 156

Santa Fe de Bogotá – Colombia

Acuerdo No. 132-GCCBBA


El consejo de Fundadores de la confraternidad Bolivariana de América concede en Santa Fe de Bogotá – Colombia, previo el pedido del Sr. Dr. Dn. Amílcar Tapia Tamayo, ilustre canciller de la Confraternidad Bolivariana de América, Capítulo República del Ecuador, se honra en Conferir a la

 

Doctora FANNY CORREA DÉFAZ

 

La condecoración internacional “MANUELA SÁENZ, LIBERTADORA DEL LIBERTADOR, EN EL GRADO DE PRIMERA CLASE” en razón de sus méritos como prominente servidora de la función Judicial en el Ecuador y destacada investigadora en el campo del Derecho.

 

Cúmplase,

 

Santa Fe de Bogotá 5 de enero de 2016

 

Dr. Eduardo Malagón Bravo

PRESIDENTE FUNDADOR

PRESENTACION.
Damas y caballeros.
La Confraternidad Bolivariana de América, Capítulo República del Ecuador, se honra en recibiros en esta noche en este célebre auditorio, casa y cuna de la justicia ecuatoriana, al tiempo que expresan su profundo agradecimiento, primero, al ínclito magistrado, doctor Carlos Miguel Ramírez Romero, Presidente de la Corte Nacional de Justicia, por habernos permitido realizare este acto en este escenario; luego, a todas y todos ustedes, ya que con su amable presencia honran este acto académico, en donde a más de recordar con unción la memoria del Libertador Simón Bolívar, daremos la bienvenida al seno de nuestra corporación a una de las intelectuales más destacadas en el campo de la jurisprudencia como es la doctora Fanny Correa, de quien, más tarde, hará la presentación su Eminencia, Mons. Fausto Trávez Trávez, Arzobispo de Quito y Miembro Numerario de la Confraternidad Bolivariana de América, Capítulo República del Ecuador; en igual forma, al señor general en servicio pasivo de la Policía Nacional Don. José Santacruz Ibarra, hombre encumbrado por sus méritos personales y profesionales, cuyo cimiento es la sencillez y el servicio a sus compañeros de profesión y a la ciudadanía en general. Al general Santacruz le dará la bienvenida el doctor Ignacio Ramírez, distinguido científico en el campo de la medicina y la investigación, a su vez Académico Numerario de la CBA.
La Confraternidad Bolivariana de América, fue creada en Bogotá-Colombia, el 17 de diciembre de 1985 gracias a la visión del Dr. Eduardo Malagón Bravo, uno de los bolivarianos más notables de la América, al tiempo que celebridad cultural en el hermano país colombiano, con el estricto mandato de difundir el pensamiento del Libertador en su más pura esencia académica, universitaria y cultural, sin aspavientos políticos, sociales, ideológicos, ni religiosos, tal como lo demanda su estricto reglamento institucional, en donde no hay cabida a la lisonja que no pasa de ser un requiebro de la nimiedad de quien la pregona.
Para el caso de Ecuador , el Consejo de Fundadores de la Confraternidad Bolivariana de América, crea en el mes de octubre del 2014, el Capítulo República del Ecuador, razón por la que, desde este año, la cancillería de la Confraternidad se ha propuesto cumplir de la manera más rigurosa con los términos dispuestos en el reglamento, el cual exige que sus miembros sean gentes sin compromisos políticos o ideológicos de ninguna naturaleza; al contrario, exige y llama a los ecuatorianos más notables en los diferentes campos del quehacer humano para que se integren a esta jornada cívica e intelectual de difundir el pensamiento del Libertador Simón Bolívar, no a través de arengas y manifestaciones inútiles, sino a través de su vida entregada al servicio de los demás, procurando cada día ser mejores ciudadanos, dignos servidores del país a través de su contribución en el campo profesional que le sea propio; sin otro propósito que el de escribir páginas de historia familiar y social, signadas con el sello de la honradez, pulcritud y transparencia, con las cuales evidenciar una herencia de dignidad y sobriedad frente a los embates de la megalomanía y delirio, propio de los insensatos.
En esta circunstancia, sus estatutos y reglamentos determinan que quien tiene el honor de recibir una distinción tal alta como la que otorgaremos en esta oportunidad, haya cumplido con exigentes requisitos, particularmente, insistimos, en el hecho de que el homenajeado lleve impresa en su frente el sello de la honestidad y el servicio; que sea una persona reconocida por sus méritos intelectuales y culturales, no producto de la fugacidad que pronto disipa las más disímiles oro perlas.
En estas circunstancias, a nivel andino, la Confraternidad Bolivariana de América, ha establecido cinco Capítulos en Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, hallándose el Consejo de Fundadores en la capital colombiana. Para el caso de Ecuador, el Consejo de Fundadores decidió establecer un Núcleo en nuestro país y desde entonces, de manera prudente y callada avanzamos a la voz de patria, procurando ser buenos y honestos servidores de nuestra sociedad, sin más preámbulos que nuestro ejemplo y trabajo puestos al servicio de nuestros conciudadanos. No tenemos otra inspiración que no sea la de Bolívar cuyo espíritu en nosotros se manifiesta a través de su misteriosa manera de pensamiento y de acción, que escapa a la conciencia de quien la posee y que sublimando sus efectos, muy por arriba del alcance de la intención deliberada y prudente, vincula las más altas obras del hombre a esa ciega fuerza del instinto, que labra la arquitectura del panal, orienta el ímpetu del vuelo y asegura el golpe de la garra.
No se ama lo que no se conoce, no pasa por el tamiz de los sentidos aquello que es desconocido e incierto para el ojo visor de quien se precia de ecuatoriano sincero y respetuoso de su historia y tradición. Por lo tanto, Bolívar es una de las cumbres más elevadas de nuestra razón de ser como pueblo y como nación y a él debemos elevar nuestras miradas si queremos inspirarnos en su obra y pensamiento para trabajar por el cumplimiento de nuestros más altos principios cívicos y ciudadanos.
Bienvenidos, señores académicos. Su presencia en nuestra corporación será motivo de sano orgullo al tiempo de justipreciada importancia para el cumplimiento de nuestros singulares objetivos. Esperamos de su luz, sapiencia y constancia para que la Confraternidad Bolivariana de América, Capítulo Ecuador se convierta en poco tiempo en un faro esplendente por la profunda concepción de quienes la integramos, basada en la singular concepción de que ante todo servimos a la patria y su prosperidad ciudadana.
Señoras y señores,
Dr. Amílcar Tapia Tamayo,
CANCILLER DE LA CONFRATERNIDAD BOLIVARIANA
DE AMERICA, CAPITULO REPUBLICA DEL ECUADOR.

DISCURSO DE RIGOR
Dra. Fanny Correa.
Siempre me ha impresionado la sensibilidad de los hombres y de las cosas. Es admirable el orden, en un mundo constantemente amenazado por el desorden, en un mundo donde las criaturas vivientes sólo pueden seguir viviendo si sacan ventajas de cualquier orden que exista a su alrededor y lo incorporan a su ser. En un mundo como el nuestro, todo ser vivo que logra la sensibilidad responde con un sentimiento armonioso siempre que encuentre un orden congruente. Esta reflexión me hice cuando el doctor Marco Cordero, distinguido vice canciller de la Confraternidad Bolivariana de América, Capítulo República del Ecuador, me propuso ser parte de esta noble corporación caracterizada por su seriedad académica y noble principio de servir a nuestra colectividad nacional basada en el pensamiento del Libertador Simón Bolívar.
A Bolívar lo admiré siempre, sobre todo por su clara inteligencia universal, pues considero que mantuvo en perfecto equilibrio de exageración su voluntad, previsión, ambición; incluso pugnacidad, elocuencia y aún de mordacidad.
Sin lugar a dudas, la inteligencia se descompone en cinco aptitudes intelectuales superlativamente desarrolladas en el Libertador: la memoria, la imaginación, la atención, la inspiración y el juicio. Su espíritu se manifiesta a menudo por intuiciones, como en la Carta de Jamaica; pero el espíritu de análisis lo acompaña en obras decisivas como el Mensaje de Angostura en 1819 y el Mensaje al Congreso de Bolivia sobre la Constitución boliviana en 1826, demostrando, según las circunstancias capacidades que parecen excluirse.
Su inteligencia aparece fulminante en la concepción, brillante en la expresión y original en la orientación. Aún en materias que no tiene por qué haber estudiado a fondo como el Derecho, y que se prestan poco a la inspiración y a la originalidad, deja su huella. “Es el único que completó a Mostesquieu, agregando a las tres ramas en que el filósofo de Francia divide el Poder Público, el Poder Electoral o Electorado”, dice E. de Hostos, en su afamada obra Lecciones de Derecho Constitucional, Paris, 1908.
En fin, su inteligencia no se externa por sugestión de otras inteligencias, sino en contacto con las realidades: así se explica su proyecto de Senado Hereditario y su institución del Poder Moral, tan combatidos ambos por los demás revolucionarios de entonces y por los revolucionarios teóricos de más tarde. Tenían por objeto, el uno, crear elementos de Gobierno donde no los había; y el otro, echar bases morales en una sociedad desmoralizada, y no transitoriamente. “Tengo poca fe en la moral de nuestros conciudadanos”, pensaba. La historia de América durante el siglo XIX prueba que los conocía. La inteligencia de Bolívar no pertenece al género femíneo de los cerebros que necesitan para concebir la excitación y procreación ajenas: su talento es espontáneo, original, masculino, creador. En suma, genial.
Este mundo magistral fue lo que atrajo poderosamente la atención de la quiteña Manuela Sáenz, poseedora también de una aguda inteligencia, capaz de penetrar los más recónditos sentimientos de las gentes. Poseyó, también esa originalidad que no pasa desapercibida por las mentes brillantes como las de Bolívar, la que vio en Manuela fuente inagotable de emotividad, que transformada en emoción, merecía exteriorizarse por medio de una relación inenarrable, ya que entre ellos surgió de inmediato la vibración creadora para dar paso a la más singular propiedad sentimental.
Es indudable que, conforme el criterio del francés Marcel Lefrondiu, Manuela, si bien no estaba a la altura intelectual de Bolívar, no por ello carecía de una visión clarísima de lo que anhelaba el Libertador referente a la independencia de los pueblos de América, aspecto en el cual compartía sus realizaciones, sus palabras, sus ideas, las formas de lo desconocido llegando, incluso, en más de una ocasión a buscar y encontrar por encima de todas las adversidades, la razón para apoyarle con fuerza y vigor en sus emprendimientos.
Si Manuela no hubiera poseído estas cualidades, difícilmente hubiera impresionado al genio, razón por la que Bolívar en sus cartas se rinde a los pies, no de la mujer ordinaria, sino de aquella que posee inteligencia, juicio certero, penetrante en grado superlativo, en grado de superconciencia, en visión adivinadora del futuro, de voluntad y capacidad de realización, pero sobre todo de ímpetu, de audacia suprema, de arrojo extraordinario para defender lo que ella más amaba, convirtiendo su vida en una realización de imposibles en medio de las condiciones deficientes en las que acomete, sobre todo, luchando contra el absurdo criterio propio del tiempo en el sentido de que las mujeres debían dedicar su tiempo y razón al desempeño de tareas rutinarias y domésticas.
Gracias a ese poderoso don de asimilación que logró adquirir a través del tiempo y las fatigosas jornadas libertaria, Manuela extraer lecciones prácticas de toda experiencia, propia o ajena. Con ellas pudo intuir, suponer, prevenir y adelantarse en la mente de los enemigos de Bolívar, a quienes el Libertador les otorgaba imprudente grado de nivel y confianza a pesar de que él mismo confesaba a Guillermo White, cuando se refería a la creación del Poder Moral: “Tenga usted la bondad de leer con atención mi discurso, sin atender a sus partes, sino al todo de él. Su conjunto prueba que yo tengo muy poca confianza en la moral de nuestros conciudadanos, y sin moral republicana no puede haber gobierno libre”. Ese error de no practicar sus profundas concepciones en el sentido de tener cuidado con sus allegados más próximos, los cuales en más de una ocasión pusieron en riesgo su vida y seguridad, hizo que Manuela estuviera siempre a la defensiva, procurando conocer todo cuanto ocurría a su derredor para prevenir al Libertador y cuidar su preciosa vida, a pesar de que él jamás tuvo precaución alguna, ya que estimaba como don excepcional la lealtad de sus soldados.
Algunos de los más allegados a Bolívar, a pesar de que conocían su alma y sentimiento, dieron paso a la maledicencia, la envidia y la pasión y tramaron su muerte la noche gris del 25 de septiembre de 1828; sin embargo, no contaron con que Bolívar se hallaba
protegido por el espíritu de Manuela, quien con sagaz inteligencia libró de una muerte segura al Libertador, tal como lo describe Alfonso Rumazo González, cuya narración relacionada con este episodio, lo trascribimos parcialmente para conocimiento de todos ustedes.
Termino agradeciendo al Dr. Amílcar Tapia Tamayo, canciller de la Confraternidad Bolivariana de América, Capítulo República del Ecuador, a su Consejo Consultivo y por intermedio de ellos, al Consejo de Fundadores de la CBA, con sede en Bogotá- Colombia, por esta singular distinción que me honra y distingue como una servidora más de tan noble entidad académica, imponiéndome la cívica tarea de trabajar por la difusión del pensamiento del Libertador Simón Bolívar en el Área Andina, procurando que junto a los hermanos venezolanos, colombianos, ecuatorianos, peruanos y bolivianos, hagamos de tan noble institución el mayor referente de unión y fraternidad entre pueblos y ciudadanos de nuestra América.
Señoras y señores.

“MANUELA SAENZ, LIBERTADORA DEL LIBERTADOR”
“ Y el fusilamiento del general Santander, en efigie, fue resuelto por Manuela Sáenz en la “Quinta de Bolívar”. Sus poderes no iban más allá.
“Celebraron por aquel tiempo los amigos del Libertador –varios de ellos eran señalados por las lenguas maledicientes de Bogotá como posibles amantes de la quiteña- festejos en aquella quinta. Asistieron muchos altos empleados, un grupo de particulares y el batallón “Granaderos”. Manuelita los recibió afablemente e hizo los honores de la casa; más, en medio del entusiasmo de aquel día, hubo un episodio; los invitados de Manuela Sáenz hicieron un grotesco muñeco de trapo, al cual le pusieron un letrero que decía “Francisco de Paula Santander muere por traidor”. Lo colocaron contra una de las paredes de la quinta, dando la espalda a la concurrencia. Un fraile se acercó a la figura y fingió prestarle auxilios espirituales que se acostumbra dar a los ajusticiados, después de lo cual, un pelotón del batallón “Granaderos” disparó sus rifles, en medio de los aplausos d los invitados. El alférez Quevedo Rachels, que se excusó de mandar la escolta, fue arrestado”,1a
Audacia tanta fue comunicada de inmediato al Libertador en carta de uno de los asistentes a la fiesta, el general Còrdoba. Había sin duda en los párrafos reproches y quejas de significación, puesto que el Libertador le contestó:
“Mi querido general:
1 L.A. Cuervo y C. Hispano, referente a la posada, en Historia secreta de Bolívar.
Sabe usted que yo le conozco a usted, por lo que no puedo sentirme de lo que usted me dice. Ciertamente conozco también, y más que nadie, las locuras que hacen mis amigos. Por esta carta verá usted que no los mimo. Yo pienso suspender al comandante de “Granaderos” y mandarlo fuera del Cuerpo a servir a otra parte, él solo es culpable, pues lo demás tiene excusa legal, quiero decir que no es un crimen político, pero si eminentemente torpe y miserable.
En cuanto a la amable loca, ¿qué quiere usted que yo le diga? Usted la conoce de tiempo atrás; luego que pase este suceso pienso hacer el más determinado esfuerzo para hacerla marchar a su país o donde quiera, Más diré que no se ha metido nunca sino en rogar, pero no ha sido oído sino en el asunto de C. Alvarado.
Yo le contaré a usted y verá usted que tenía razón; usted, mi querido Córdoba, no tiene que decirme nada que yo no sepa, tanto con respecto al suceso desgraciado de estos locos como con respecto a la prueba de amistad que usted me da. Yo no soy débil ni temo que me digan la verdad: usted tiene más que razón, tiene una y mil veces razón; por lo tanto, debo agradecer el aviso que “mucho debe haber” costado a usted dármelo, más por delicadeza que por temor de molestarme, pues yo tengo demasiada fuerza para rehusar ver el horror de mi pena.
Rompa usted esta carta, que no quiero que se quede existente este miserable documento de miseria y tontería.
Soy de usted afectísimo amigo y de corazón,
Bolívar”.
Casi a renglón seguido, tomo la pluma el Libertador y escribió, en admirable reacción de hombre profundamente enamorado.
“¡Albricias! Recibí, mi buena Manuela, tus tres cartas que me han llenado de mil afectos: cada una tiene su afecto y su gracia particular. No falté a la oferta de la carta, pero no vi a Torres, y la mandé con Ud. que te la dio. Una de tus cartas está muy tierna y me penetra de ternura: la otra me divirtió mucho por tu buen humor, y la tercera me satisface de las injurias pasadas y no merecidas. A todo voy a contestar con una palabra más elocuente que tu Eloísa, tu modelo; me voy para Bogotá, ya no voy a Venezuela. Tampoco pienso en pasar a Cartagena y probablemente nos veremos muy pronto.¿ Qué tal?-¿No te gusta? Pues, amiga, así soy yo que te ama de toda su alma”
Entre Bolívar y la quiteña se había establecido ya esa unión profunda que nadie podría separar, ni siquiera las quejas del general Córdoba. Y menos en circunstancias en que sucedían en Ocaña, población vecina de Bucaramanga, hechos de suma importancia para la vida política de la Gran Colombia. Acaba de reunirse una Convención convocada el año anterior, la cual se ocuparía en las indispensables reformas constitucionales. Santander había dirigido las elecciones y, controlada la mayoría, esperaba la caída del Libertador. La desunión entre los diputados se presentó desde los primeros días. Los componentes de la mayoría presentaron su proyecto de Constitución; los partidarios de Bolívar dieron a conocer el suyo, que fue calificado por los primeros como el “veneno más activo que pudiera propinarse a la república”. Ambos sectores se encerraron herméticamente en sus puntos de vista. La minoría, ante la ineficacia de la lucha, resolvió abandonar el campo y la convención se disolvió por falta de quórum. Surgieron entones, por fuerza de los hechos y de las pasiones, las dos fracciones irreconciliables: la de los partidarios del genio y los santanderistas. De este modo, la tragedia iba precipitándose, sin que nadie fuese capaz de detenerla.
Aquí (en Bucaramanga) Bolívar fue inquirido hasta lo hondo por el oficial Péroux de Lacroix, quien escribía, hora tras hora, el diario del grande hombre con una riqueza de detalles insuperable. Aquí, rodeado de unos cuantos amigos, habló de filosofías y de política. “Tenían una decepción a la cual no se le encontrará semejante en las postrimerías de ninguno de los gobernantes de los tiempos modernos. Era el temor por su obra de aquel que se iba hundiendo lentamente”. La tesis, que había comenzado quizás mucho antes, venía acentuándose…” Era ya un enfermo solitario a quien Manuela comprendía plenamente”. Sus aventuras galantes habían cesado por completo.
La bella quiteña, entretanto, seguía recibiendo a mucha gente en la quinta. Allá llegó Próspero Pereira Gamba, y puso más tarde, de su puño y letra: No recibió una de las damas más hermosas que recuerde haber visto en ese tiempo: de rostro color perla, ligeramente ovalado; de facciones salientes todas bella; ojos arrebatadores, donosísimo seno y amplia cabellera suelta y húmeda, como empapada en reciente baño, la cual ondulaba sobre la rica, odorante, vaporosa bata que cubría sus bien repartidas formas. Con un acento halagador y suavísimo, dio gracias a Petrona por el regalo de costumbre, y a mí me invitó a caminar por el jardín fronterizo a las habitaciones y por el bosquecillo de uno de los costados, convidándome luego con el refrescante “guarrús” y las sabrosas confituras que se usaban entonces. Esa maga era, en aquella época galante, la animación de los pensiles y huertos de la “Quinta Bolívar”.
Seguía todavía de hortelano un español de nombre José María Alvarez, uno de los que no alcanzaron a huir luego de la derrota de Boyacá. Era el mismo que hizo un elogio versallesco de la quiteña ante su amante: “Excelentísimo señor: la reina de Saba ha venido ya a admirar la belleza de las flores y jardines de Salomón”. Por entonces, se había cambiado ya el antiguo letrero de “Amar en mi delicia”, por este otro, inventado seguramente por los generales o los políticos aduladores: “Bolívar es el dios de Colombia”. En muchas noches, sin duda fue quizás comentario general aquella peculiaridad del Libertador cuando se hallaba en extremo contento (lo hizo cuando le comunicaron el triunfo de Ayacucho): subíase a una silla, luego a la mesa del comedor, la atravesaba a largos pasos, pisando platos, rompiendo copas y destrozando botellas. Nadie podía sospechar, entonces, ni Manuela que no volvería a hacerlo nunca.
El intendente de Cundinamarca, Pedro Alcántara Herrán, conocedor del fracaso de la Convención de Ocaña, convocó al pueblo el día 13 de junio. Firmóse un acta, secundada luego por todo el país, en que se le pedía a Bolívar que se hiciese cargo del poder con facultades omnímodas. Diez días más tarde el Libertador llegó a Bogotá y empezó a
ejercer el gobierno que se le había conferido. Habitó, entonces, el Palacio de San Carlos a donde iba Manuela probablemente todos los días, si es que ella también no se instaló allí. Celebróse el retorno del genio con corridas de toros y otros regocijos públicos.
Las fiestas sociales continuaron por algunos días y se preparó una especial, el día 10 de agosto, aniversario de la entrada de Bolívar a Bogotá luego de la batalla de los campos de Boyacá. Se buscó manera de hacerla de excepcionalísimo esplendor y fue dedicada naturalmente al gran caraqueño. ¿Por qué tanto interés en tales manifestaciones de reverencia y aprecio al Libertador? Manuela misma lo cuenta, en carta dirigida al general O’Leary varios años más tarde.
“Una noche estando yo en la casa del gobierno de Bogotá, me llamó una criada mía diciéndome que una señora con suma precisión me llamaba en la puerta de la calle; salí, dejando al Libertador en la cama algo resfriado. Esta señora, que aún existe (1850), y me llamaba, me dijo que tenía que hacerme ciertas revelaciones nacidas del afecto del Libertador, pero que en recompensa exigía que no sonara su nombre. Yo la hice entrar, la dejé en el comedor y lo indiqué al general. Él me dijo que estando enfermo no podía salir a recibirla ni podía hacerla entrar en su cuarto, y que además no era lo que ella pretendía. Le di a la señora estas disculpas; la señora me dijo entonces que había conspiración nada menos que contra la vida del Libertador, que había muchas tentativas y que sólo la dilataban hasta encontrar un tiro certero; que los conjuros se reunían en varias partes, una de ellas en la casa de la moneda; que el jefe de esta maquinación era el general Santander, aunque no asistía a las reuniones y sólo sabía el estado de las cosas por sus agentes, pero que era el jefe de obra; que el general Córdoba sabía algo, pero no el todo, pues sus amigos lo iban reduciendo poco a poco. En fin, la señora me dijo tanto, que ni recuerdo.
El Libertador apenas oyó nombrar al general Córdoba se exaltó, llamó al edecán de servicio y le dijo: “Ferguson, vaya usted a oír a esa señora”. Este volvió diciéndole lo que yo le había dicho y con más precisión que yo. El general dijo: “Dígale usted a esa mujer que se vaya y que es una infamia tomar el nombre de un general valiente como el general Córdoba”. El señor Ferguson no fue tan brusco en su respuesta, pero la cosa quedó en ese estado. Vino entonces don Pepe Paris y él dijo al general todo. Este señor contestó: “Esas buenas gentes tiene por usted una decisión que todo les parece una conspiración”. “Pero usted hable con ella mañana”, le dijo el general. No supe más de esto, pero en muy pocos días más fue el acontecimiento…”
Naturalmente, este anuncio y lo mucho que se decía en la ciudad pusieron en el espíritu de Manuela una desconfianza extraordinaria que la obligaba a vigilarlo todo, a inquirír en todo momento por pistas que la llevaran a conclusiones “ciertas”. Su celo femenino, su patriotismo, los grandes amores y los grandes odios que vibraban en su alma comenzaron a actuar poderosamente. Era para los conspiradores difícil luchar con una mujer de carácter.
Llegó la hora del gran baile de disfraces. Manuela había agotado las razones y los ruegos para que el Libertador no asistiese a él. Todo en vano; la fiesta era dedicada a él y había que afrontar el peligro del asesinato. Se presentó sin escolta y se mostró alegre en grado sumo, mientras la quiteña, en el último punto de su angustia, trata de encontrar algún medio para que aleje el peligro para su amante. El alcalde de la ciudad, don Ventura Ahumada, fiscaliza la entrada al salón. Manuela, con su vestido de húsar, trata de entrar, pero don Ventura la detiene. “Soy Manuela Sáenz.” “- ¡Aunque fuera santa Manuela, usted no entra vestida de hombre”. Se aproximaba, entretanto, la hora del golpe de los conjurados. “Como a las once de aquella –dice Marcelo Tenorio, asistente a la fiesta- quise pasear los corredores de arriba y en la primera escalera encontré un enmascarado que me detuvo con ademán de confianza, llamándome su paisano, vestido a la española antigua, haciendo el papel de viejo con un enorme coto, y como después de las primeras chocanterías yo me amostazase, se acercó y me dijo: “¡ Qué!, ¿ no me conoces? Y levantando la máscara lo bastante para descubrirse, continuó. “Dentro de media hora, al golpe de las doce, morirá el tirano”. Y enseguida me enseñó en el interior de la solapa de la casaca un sol pintado y al cabo de un puñal que tenía en el bolsillo, y concluyó diciéndome: “Somos doce los resueltos; silencio” El Libertador conversaba en ese momento con los oficiales, distraídamente, cuando vio lo que menos podía esperarse: en la puerta del coliseo había una mujer desgreñada y sucia que se reía a carcajadas, que hacía contorsiones. Bolívar pregunta al edecán si se trata en realidad de Manuela. “Sí, mi general”, contesta Ferguson. “-Esto es insufrible”, dice el Libertador, y sale precipitadamente tras de la mujer que huía. Córdoba le pregunta ya en la puerta_ “¡Qué!, ¿ se va usted mi general?” “Si, y muy disgustado, acompáñeme usted y le contaré”. Don Marcelo Tenorio que buscaba a Córdoba para informarle del peligro que corría el Libertador, alcanzó a oír –lo cuenta él mismo- estas palabras entre varios enmascarados: “- ¿Qué se ha hecho Bolívar? ¿Dónde está el presidente? ¡Se ha escapado el tirano!”
La extraordinaria inteligencia de Manuela acababa de salvar al Libertador de una muerte segura. La estratagema fue sencilla y audaz, y dio sus resultados. Esta fue la primera salvación de la vida del genio. Luego vendrá la segunda, en situación mucho más complicada y dramática. La obra de la quiteña está llegando al máximun de su grandeza.
Había que tomar medidas, y Bolívar las tomó con energía. Dicta un amplio decreto que deberá servir de ley constitucional hasta 1830, en el cual, entre otras disposiciones se suprime la vicepresidencia de la república. Resulta afectado directamente Santander. Los conspiradores llegaron con esto al frenesí, se dejaron dominar por el odio. “llamaron tirano al que antes miraban como padre de la” patria” y prepararon el golpe de muerte en conciliábulos que todavía asombra.
Pocos días después –el 21 de septiembre- “se preparó un atentado contra la vida de Bolívar. El general se había ido a pasear a Soacha a dos leguas y media de la capital, acompañado únicamente por el señor José Ignacio París y un ayudante de campo, quien no tenía otra arma que su espada. El teniente coronel Pedro Carujo habló a cuatro de los conjurados para que lo acompañasen a Soacha bien montados y armados para ir a Humberto Miramón, op. Cit. P. 231; sacrificar al dictador. Cuando ya los caballos estaba ensillados y las personas listas con sus armas, Carujo vaciló al tomar sobre sí la responsabilidad de un hecho tan grave y se decidió a dar aviso al general Santander. Este general lo disuadió de semejante designio.
Las alas de la tragedia se agitaba precipitadamente en torno de la vida del gran hombre; lo sabían muchos en Bogotá, lo temían, lo esperaban. Manuela se desvivía por descubrir y por actuar. Pero era inútil, en parte: Bolívar seguía siendo el hombre confiado de siempre.
Hasta que llegó la noche trágica del 25 de septiembre (1828). “Aquella tarde el capitán Benedicto Triana, a quien se le había dicho que estuviese preparada para un trance en que se necesitase su cooperación, se trabó de palabras, acalorado con el licor, con unos oficiales del batallón Vargas, y como aquellos lo injuriasen, los amenazó diciéndoles que dentro de pocos días todos ellos tendrían el castigo merecido. Denunciáronle estos a la autoridad militar y Triana fue reducido inmediatamente a prisión. Nada declaró, a pesar de crueles tratamientos. El coronel Guerra, que como jefe de Estado Mayor tenían conocimiento de lo que sucedía, dio parte, al anochecer, a los miembros de la junta directiva (de la conspiración), y les manifestó la necesidad de hacerlo todo aquella misma noche. Reunióse inmediatamente la mayoría de miembros de la junta directiva, entre quienes estaba los señores Agustín Hormet y teniente coronel Carujo, que era ayudante general del Estado Mayor. El coronel Guerra que tan adelante había ido ya, flaqueó en su resolución y no tuvo el valor necesario para perseverar hasta el fin. Entre tanto, el batallón de artillería había sido puesto sobre las armas, municionado y advertido de lo que se iba a hacer, y un gran número de conjurados armados se hallaban reunidos en casa del ciudadano Luis Vargas Tejada. Algunos, al conocer la flaqueza del coronel Guerra, empezaron a escaparse de la casa con diferentes pretextos. Habíamos llegado a un punto en donde no podíamos retroceder. Resolvimos, pues arrastrar todos los peligros, tomar a viva fuerza los cuarteles de Vargas y Granaderos, y el palacio del dictador, y apoderarnos de la persona de éste, vivo o muerto, según fuese posible, en medio de la lid en que íbamos a entrar. Ya no podíamos lisonjearnos de triunfar sino con la impresión del terror que causase en nuestros contrarios la noticia de la muerte de Bolívar, y ella fue resuelta. Se dispuso que pusiese en libertad al general Padilla, que estaba custodiado por un oficial de nuestra confianza. Era necesario que corriera sangre, como ha ocurrido en todas las grandes insurrecciones de los pueblos contra los tiranos. Fue preciso que yo me encontrara en una posición tan crítica para que se abrazase aquella dura resolución. Doce ciudadanos, unidos a veinticinco soldados, al mando del comandante Cartujo, fuimos destinados, a las doce de la noche, a forzar la entrada del palacio y coger vivo o muerto a Bolívar”.
Lo que sucedió horas antes y luego del resto de la tremenda noche, relató la misma Manuela Sáenz en los siguientes términos:
“A las seis de la tarde me mandó llamar el Libertador, contesté que estaba con dolor a la cara. Repitió otro recado, diciendo que mi enfermedad era menos grave que la suya, y que fuese a verlo. Como las calles estaban mojadas, me puse sobre mis zapatos dobles. (Estos le sirvieron en la huida, porque las botas las había sacado para limpiar) Cuando entré, estaba en el baño tibio. Me dijo que iba a ver una revolución. Le dije ¡puede haber, en hora buena, hasta diez, pero usted da buena acogida a los avisos! Me hizo que le leyera durante el baño. Desde que se acostó se durmió profundamente, sin más precaución que su espada y pistolas, sin más guardia que la de costumbre, sin prevenir ni al oficial de guardia ni a nadie, contento con lo que el jede de Estado Mayor o no sé lo que era, le había dicho: que no tuviese cuidado, que él respondía., Este era el señor coronel Guerra, el mismo que me dicen que dio para esta noche santo y seña y contraseña y, a más, al otro día andaba prendiendo a todos hasta que no sé quién lo denunció)
Serían las doce de la noche cuando latieron mucho dos perros del Libertador, y a más se oyó un ruido extraño que debe hacer sido al chocar con los centinelas pero sin armas de fuego para evitar ruido.
Desperté al Libertador, y lo primero que hizo fue tomar su espada y una pistola y tratar de abrir la puerta. Le contuve y le hice vestir lo que verificó con mucha serenidad y prontitud. Me dijo: Bravo, vaya, pues ya estoy vestido; y ahora ¿qué hacemos, Hacernos fuertes? Volvió a querer abrir la puerta y lo detuve. Entonces se me ocurrió lo que la había oído al mismo general un día: – ¿usted no dijo a Pepe Paris que esta ventana es muy buena para un lance de éstos?…”Dices bien”, me dijo, y fue a la ventana. Yo impedí el que se botase, porque pasaban gentes; pero lo verificó cuando no hubo gente, y porque ya estaban forzando la puerta. Yo fui a encontrarme con ellos para darle tiempo a que se fuese, pero no tuve tiempo para verle saltar, ni cerrar la ventana. Desde que me vieron me agarraron: ¿Dónde está Bolívar? Les deje que en el Consejo, que fue lo primero que se me ocurrió; registraron la primera pieza con tenacidad, pasaron a la segunda y, viendo la ventana abierta, exclamaron: “¡Huyó; se ha salvado!”. Yo les decía: “No, señores, no ha huido; está en el Consejo”. “¿Y por qué está abierta esa ventana?”. Yo la acabo de abrir, porque deseaba saber que ruido había”. Unos me creían, otros no. Pasaron al otro cuarto, tocaron la cama caliente y más se desconsolaron, por más que yo les decía que yo estuve acostada esperando que saliese del Consejo para darle un baño caliente; me llevaron a que les enseñase el Consejo (pues usted sabe que siendo esta casa nueva no conocían como estaba repartida, y el que quedó a enseñarles, se acobardó, según se supo después). Yo les dije que sabía que había esa reunión, a la que llamaban Consejo, a la que iba en las noches el Libertador, pero yo no conocía el lugar. Con esto se enfadaron mucho y me llevaron con ellos hasta que encontré a Ibarra herido; y él, desde que me vio me dijo “¿Con que han muerto al Libertador?”, “No, Ibarra, el Libertador vive”. Conozco que ambos estuvimos imprudentes; me puse a vendarlo con un pañuelo de mi cara. Entonces Zuláivar, por la mano, a hacerme nuevas preguntas, no adelantando nada; me condujeron a las piezas de donde me habían sacado y yo me llevé al herido y lo puse en la cama del general. Dejaron centinelas en las puertas y las ventanas y se fueron.
Al oír pasos de botas herradas me acerqué a la ventana y vi pasar al coronel Ferguson, que venía a la carrera de la casa donde estaba curándose de la garganta; me vio con la luna, que era mucha, me preguntó por el Libertador y yo le dije que no sabía nada de él ni podía decirle más por los centinelas; pero le previne que no entrara porque los matarían; me contestó que moriría cumpliendo su deber. A poco oí un tiro: este fue el pistoletazo que le tiró Carujo, y además un sablazo en la frente y el cráneo. A poco se oyeron una voces en la calle y los centinelas se fueron, y yo tras ellos a ver al doctor Moore para Andresito. El doctor salía de su cuarto y le iban a tirar, pero su asistente les dijo: “No maten al doctor”; y ellos dijeron: “No hay que matar sacerdotes”. Fui a llamar a don Fernando Bolívar, que estaba enfermo, lo saqué y lo llevé el cuerpo de Ferguson, pues yo lo creía vivo; lo puse en el cuarto de José, que estaba de gravedad enfermo; si no, muere, porque él se había puesto al peligro.
Subí a ver a los demás, cuando llegaron los generales Urdaneta, Herrán y otros a preguntar por el general; entonces les dije lo que había ocurrido; y lo más gracioso de todo era que me decían: “¿Y a dónde se fue? Cosa que ni el mismo Libertado sabía a dónde iba.
Por no ver curar a Ibarra me fui hasta la plaza, y allí encontré al Libertador a caballo, con Santander y Padilla, entre mucha tropa que daba vivas al Libertador. Cuando regresó a la casa me dijo: “¡Tú eres la Libertadora del Libertador”.
Se presentó don Tomás Barriga, y le iba a arengar, pero el general, con esa fogosidad que usted tanto conocía, le dijo: “Sí, señor; por usted y otros como usted que crían malcriados a sus hijos, hay estas cosas, porque de imbéciles confunden la libertad con libertinaje”.
Fueron muchos extranjeros, entre ellos el señor Illingwort, y todos fueron muy bien recibidos. El Libertador se cambió de ropa y quiso dormir algo, pero no pudo, porque a cada rato me preguntaba algo sobre lo ocurrido y me decía: “No diga más”. Yo callaba y él volvía a preguntar, y en esa alternativa amaneció. Yo tenía una gran fiebre.
El Libertador se molestó mucho con el coronel Crofton porque le apretó el pescuezo a uno de los que condujo al palacio, a quien el general mandó a dar ropas para que se quitase la suya, y los trató a todos con mucha benignidad, por lo que don Pepe Paris les dijo: “¿ Y a este hombre venían ustedes a matar”. Y contestó Hormet: “Era al poder y no al hombre”. Entonces fue cuando tuvo lugar la apretada, a tiempo que entraba el Libertador, y se puso furioso contra este jefe Crofton, afeándole su acción de un modo muy fuerte.
Dicen que les aconsejó a los conjurados que no dijesen a sus jueces que traían el plan de matarlo, pero que ellos decían que habiendo ido a eso no podían negarlo. Hay otras tantísimas pruebas que dio el general de humanidad que nunca sería de acabar.
Su primera opinión fue el que se perdonase a todos, pero usted sabe que para eso tenían que habérselas con el general Urdaneta y Córdoba, que eran unos de los que entendían en estas causas. Lo que sí no podré dejar en silencio fue que el Consejo había sentenciado a muerte a todo el que entró en palacio, y así es que, excepto Ziláivar, Hormet y Azuerito, que confesaron con valor como héroes de esta conspiración, los demás todos negaron, y por eso dispusieron presentármelos a mí a que yo dijese si los había visto. Por esto el Libertador se puso furioso. “Esta señora, dijo, jamás será el instrumento de muerte ni la delatora de desgraciados”. No obstante esto, me presentaron, ya en mi casa, a un señor Rojas y consentí en verlo, porque tuve muchos empeños de señoras que dijese que no lo había visto. Así lo hice, más una criada mía y un soldado que entraron a tiempo lo conocieron, pero yo compuse la cosa con decir que si más caso hacían de lo que ellos decían que a mi y que los que lo acusaban estaban equivocados y se salvó. Dije también que don Florentino González, me había salvado a mí la vida diciendo que “No hay que matar mujeres”, pero no fue él sino Hormet, al tiempo de entrar cuando hicieron los tiros.
Entraron con puñal en mano y con un cuerpo guarnecido de pistolas al pecho. Puñal traían todos, pero pistolas también, pero más creo que tenían Zuláivar y Hormet. Entraron con farol grande, con algunos artilleros de los reemplazos del Perú…Estos señores no entraron tan serenos, pues no repararon ni en una pistola, que yo puse sobre una cómoda, ni la espada que estaba arrimada, y además en el sofá del cuarto había una fuerza de pliegos cerrados y no lo vieron. Cuando sed fueron los escondí debajo de la esfera.
El Libertador se fue con una pistola y con el sable que no se quien le habían regalado en Europa. Al tiempo de caer en la calle pasaba su repostero y lo acompañó. El general se quedó en el río y mandó a éste a saber cómo andaban los cuarteles: con el aviso que le llevó, salió y se fue para el Vargas.
Lo demás usted lo sabe mejor que yo, sin estar presente; que si está, yo sé que usted habría muerto.
No se puede decir más, sino que la Providencia salvó al Libertador, pues nunca estuvo más solo. No había más edecanes que Ferguson e Ibarra, ambos enfermos en cama: el uno en la calle y el otro en casa, y el coronel Bolívar donde el general Padilla. Nuestro José, muy malo; don Fernando enfermo: la casa era un hospital.
Cuando el general marchó de Bogotá, no sé para dónde, fue que me dijo:” Está al llegar preso el general Padilla; te encargo que lo visites en su prisión, que lo consueles y lo sirvas en cuanto se le ofrezca”. Así lo hice yo. El señor general Obando, a quien Dios guarde por muchos años, ha dicho en Lima antes de ahora que yo, en medio de mis malas cualidades, tenía la de haberme portado con mucha generosidad, a lo que yo contesté que esa virtud no era mía, sino del Libertador, que me había dado tantas y tantas repetidas lecciones de clemencia con el mismo panagerista.
Esto es muy cierto; a usted le consta. De modo que tantos escapados de la muerte fue por el Libertador. Baste decir a usted que yo tuve en mi casa a personas que buscaban, y que el Libertador lo sabía. Al general Gaitán le avisaba que se quitase de tal parte porque ya se sabía. Al doctor Merizalde lo vi en una casa al tiempo de entrar yo a caballo, y le dije a la duela de casa: “Si así como vengo con un criado viniese otra persona conmigo, habían visto al doctor Merizalde, dígale usted que sea más cauto”.
Infinitas cosas referiría a usted de este género, y las omito para no ser más larga, asegurándole a usted que en lo principal no fui yo más que el instrumento de la magnitud del gran Bolívar.”
Manuela Sáenz.
(Tomado de: “Manuela Sáenz, la libertadora del Libertador”, de Alfonso Rumazo González, Quito, Graficart, 1984, pp. 155-185)

 

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