Daniel Ortega, el dictador nicaragüense, ya es idéntico a quien combatió: Anastasio Somoza. Lea este análisis sobre lo que sucede en Nicaragua y el poder de uno de los líderes del Socialismo del Siglo XXI.
Otro de los países que estimuló esta transición entre el socialismo real (cuando cayeron el muro de Berlín y la Unión Soviética) y el socialismo del siglo XXI, es Nicaragua. Una caricatura de lo que fue, en sus tiempos, una de las más crueles dictaduras centroamericanas, bajo la dinastía de los Somoza. Ortega se convirtió en una réplica de aquello que, hace 42 años enfrentó, durante la revolución sandinista.
Sus intentos por perennizarse en el poder, junto con su esposa (una hechicera y esotérica), se van consolidando tras encarcelar a cualquier político que se le oponga, y así tener el camino libre para reelegirse, tras 14 años de mandato. Así, cualquiera gana las elecciones. Por esto, a Ortega se lo cataloga como uno de los últimos dinosaurios comunistas, con sus camaradas Lukashenko (Bielorrusia) y Kim Yong Un (Norcorea).
Eran otros tiempos. Julio de 1979. La revolución sandinista, la lucha callejera y la nueva trova (de moda entre los jóvenes revolucionarios de esa época), pelean en los campos y montañas de Nicaragua, para enfrentar al dictador Anastasio Somoza (Tachito, el último de la otrora sangrienta dinastía nicaragüense). El cantante cubano Silvio Rodríguez, en “canción urgente”, coreaba: “se partió en Nicaragua, otro hierro caliente, con que el águila daba, su señal a la gente. Se partió en Nicaragua, otra soga con cebo, con que el águila ataba, por el cuello al obrero”.
En muchas partes del mundo se apoyaba a los “compas” revolucionarios (Cardenal, Tinoco, Téllez, Borge y Ortega) que, junto con líderes democráticos, como el escritor Sergio Ramírez y la periodista Violeta Barrios de Chamorro, luchaban contra la dictadura de Somoza. La canción seguía: “se ha prendido la hierba, dentro del continente, las fronteras se besan, y se ponen ardientes”.
43 años después, la lucha degeneró en una parodia del somocismo. Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo asesinan en las calles y capturan opositores (cualquiera que no piense como ellos). Sigue la canción de Silvio: “me recuerdo de un hombre, que por esto moría y que, viendo este día, como espectro del monte, jubiloso reía”. Entonces se protestaba, pero hoy se mata por las ideas a jóvenes, estudiantes, obreros y religiosos.
La prensa contaba, hace dos años, que “fuerzas paramilitares del gobierno mataron a dos personas en un asedio de 12 horas contra una iglesia en Managua donde los estudiantes buscaron refugio. Los paramilitares intentaron retomar el campus de la Universidad de Nicaragua, ocupada por estudiantes más de dos meses por las protestas que exigen reformas democráticas y la renuncia del presidente Ortega y la vicepresidenta Murillo”.
Estremece la trova: “el espectro es Sandino, con Bolívar y el Che, porque el mismo camino caminaron los tres. Estos tres caminantes, con idéntica suerte, ya se han hecho gigantes, ya burlaron la muerte”. La canción atacaba, entre líneas, a los EE.UU., pero se adapta perfectamente a la realidad actual. Las águilas que ahora matan son Daniel Ortega, Rosario Murillo y sus paramilitares. Hay muchos muertos, heridos y presos por pedir “democracia y la renuncia” al decadente mandatario en 2019.
Parafraseando a Rodríguez y equiparando al rapaz con Ortega: “ahora el águila tiene su dolencia mayor. Nicaragua le duele, pues le duele el amor. Y le duele que el niño vaya sano a la escuela, porque de esa madera, de justicia y cariño, no se afila su espuela. Andará Nicaragua, su camino en la gloria, porque fue sangre sabia, la que hizo su historia. Volverán la democracia y la paz”. Décadas después, Ortega es Somoza y su gobierno familiar es idéntico al de quien fue su antípoda ideológico del pasado y contra quien luchó.
Condenas a Nicaragua
Ortega no dejó de actuar, tras la represión estudiantil. En vísperas de las elecciones de noviembre, cerró el camino a cualquier candidato opositor encarcelándolo y no solo eso. Muchos exaliados, como el excanciller Tinoco y la comandante 2 (Dora María Téllez), sufren la persecución sandinista. Ortega no quiere sorpresas porque debe ganar las elecciones sin dar ninguna opción a sus rivales. Las fuerzas militares, policiales y paramilitares recorren las calles del país buscando disidentes, encarcelando sin orden judicial, por el simple hecho de no pensar como el “dúo diabólico”.
A las personas encarceladas o en prisión domiciliaria se las acusa por propiciar en el país una intervención extranjera. Ortega no tendrá en las elecciones ningún rival que le haga sombra. Los principales opcionados, la candidata opositora Cristiana Chamorro guarda prisión domiciliaria (es hija de la expresidenta Violeta Barrios). En la cárcel están Arturo Cruz y también Hugo Torres, Miguel Mora y Juan Sebastián Chamorro (sobrino de Cristiana), todos dirigentes críticos con Ortega.
Hay que recordar que los Chamorro son una familia que ha estado ligada a la prensa del país centroamericano desde hace muchas décadas. Cristiana Chamorro, de 65 años, es periodista de profesión y reportera del diario La Prensa, del que es vicepresidenta. Ella buscaba repetir lo logrado por su madre, Violeta Barrios. Su padre, el periodista Pedro Joaquín Chamorro, fue asesinado en 1978 por la dictadura somocista.
La familia Chamorro es un referente de la democracia y la libertad contra las dictaduras y los regímenes autoritarios que gobiernan Nicaragua desde hace más de medio siglo. El hermano de la candidata, el también periodista Carlos Fernando Chamorro, quien dirige un periódico digital -Confidencial-, igualmente es perseguido por el régimen.
Hostigar a la prensa, además de los políticos, es un signo de la Nicaragua de Daniel Ortega. Por muchos años, especialmente en las protestas estudiantiles de 2019, muchos periodistas críticos fueron agredidos y perseguidos. El congreso nicaragüense (de mayoría afín y sumisa al régimen) creó leyes para consolidar el acoso. Una reciente, establece la prohibición para pedir intervención extranjera en asuntos del país, razón por la que muchos líderes opositores han sido encarcelados. A Cristiana Chamorro se la acusa también por lavado de activos.
Daniel Ortega llegó por primera vez al poder tras el triunfo de la Revolución en 1979, cuando una coalición de fuerzas democráticas del país apoyó las acciones subversivas de la guerrilla contra Somoza. El Frente Sandinista obtuvo luego una victoria en las urnas que colocó en el poder a Violeta Barrios de Chamorro, pero el FSLN cambió después las reglas del juego y Ortega se fue eternizando en el poder desde el 2007. Como en esta ocasión las encuestas no le favorecían, tuvo que actuar.
Como dice el analista argentino Joaquín Fernández Solá, “la Nicaragua de Ortega es una dictadura, pura y dura”. Recuerda que hay que remontarse al cruel dictador Anastasio Somoza para encontrar alguien con tanto poder como el actual mandatario. “Tanto poder y tanta arbitrariedad para encarcelar a sus opositores, para silenciar a la prensa crítica y para asesinar a los disidentes”.
Con Ortega resucitó Somoza, 42 años después. Paradójicamente Daniel Ortega, con históricos guerrilleros como Tomás Borge, Edén Pastora (quien pasó pronto a la disidencia al constatar el plan de Ortega), el sacerdote Ernesto Cardenal (que por esto fue amonestado con severidad por el Papa Juan Pablo II), Carlos Fonseca Amador y el aporte de integrantes de la familia Chamorro y el escritor Sergio Ramírez, inspirados en las ideas del legendario nacionalista y antiimperialista Augusto César Sandino, libraron en calles, pueblos y montañas, el combate contra el somocismo.
El 7 de noviembre hay elecciones en Nicaragua. Ortega quiere su cuarto período consecutivo. Antes fue presidente entre 1985 y 1990. Rosario Murillo, la vicepresidenta de su marido, es la mano dura en Managua, la capital. Los analistas dicen que es el poder tras el trono. Esotérica, santera y hechicera, Murillo decide todo. Su gobierno es, como la dinastía de los Somoza, otra casta política y económica, pues muchos familiares de los Ortega-Murillo manejan el poder fáctico del país.
Pero es Murillo la que decide quién habla, de lo que se habla, quién sigue y sale. Ha incursionado en la comunicación, la poesía y la literatura, siendo la principal censora. Lo que más se parece a esto en el continente son los Kirchner de Argentina. No fue la revolución sandinista solo un canto, como la canción urgente de Silvio Rodríguez, pues ha habido muertes, torturas y ejecuciones, como las que ejecutó el asesino de Cuba, el Che Guevara. También se construyeron fortunas e imperios familiares, bajo la égida de los Ortega, sin olvidar el caso del abuso sexual del autócrata a su hijastra.
Desde 2007 los Ortega-Murillo están atornillados al poder. La inminencia de las elecciones, donde las encuestas les son desfavorables, hace que, en una medida desesperada, se encarcele a dirigentes opositores, entre ellos sus principales contendores en los comicios de noviembre.
Otros presos: Félix Maradiaga, activista de derechos humanos que colaboraba con la OEA y Juan Sebastián Chamorro, un sobrino de Cristiana. Mantiene en arresto domiciliario a Cristiana Chamorro y llevó a la cárcel a Arturo Cruz, un historiador y embajador que anunció su intención de correr por la elección presidencial. A su llegada a Managua, Cruz fue arrestado.
Lo que más irritó al dinosaurio centroamericano fue que todos los potenciales candidatos presidenciales se comprometieron a devolver al país sus libertades democráticas y a liberar a los presos políticos. Hace tres años Ortega reprimió una fuerte protesta estudiantil con un saldo de 325 muertes, miles de heridos y una emigración forzada de casi un centenar de miles de nicaragüenses a países vecinos o a EE.UU. Allanó medios de comunicación, cerró publicaciones y no sería extraño que sus próximos ataques sean contra La Prensa, el diario de la familia Chamorro.
Extraña blandenguería de los países de la región
Aunque EE.UU. anunció sanciones contra altos funcionarios del régimen de Ortega, tras conocer los arrestos de precandidatos presidenciales y líderes opositores, no se percibe que, en el país del norte o en los países latinoamericanos, haya una posición clara al respecto, salvo la de aquellos que se alinean con el socialismo del siglo XXI, favorables a los abusos del déspota de Managua: el México de López Obrador, la Argentina de los Fernández, la Bolivia de Arce y Evo Morales o la Venezuela del impresentable Nicolás Maduro.
Dentro de la OEA tampoco se ve una actuación que exija algún tipo de medida coercitiva contra los Ortega-Murillo o la libertad de los dirigentes encarcelados. Así, la posibilidad de unas elecciones libres y transparentes en Nicaragua se vuelve una utopía.
Tampoco se ve estrategias del gobierno estadounidense o la Unión Europea para iniciar investigaciones documentadas sobre la corrupción de los Ortega y sus turbios negocios familiares. Ortega es consciente que debe resistir, como lo hicieron los Castro en Cuba, por más de 60 años o en la Venezuela chavista de los últimos 25. Nada ha logrado que esas dictaduras caigan.
Por increíble que sea, la reserva monetaria internacional nicaragüense tiene un saldo a favor de USD 3 400 millones y de poco serviría recortar fondos o asignaciones a agencias del país centroamericano por parte de organismos financieros regionales. Ese país puede mantenerse por algún tiempo sin esos recursos. A Ortega le importa poco lo que piensen de su país o de su imagen afuera. Permanece en el poder desde 2007, tras haber modificado la Constitución, con un congreso totalmente afín a él, para seguirse postulando ad aeternum y esta vez, por cuarta ocasión, como candidato presidencial.
No bastan solo sanciones, sino descubrir el entramado de corrupción que involucra a los principales miembros de la familia Ortega que aprovecharon las conexiones que tienen con el poder para consolidar imperios mediáticos e industriales desde donde mueven los hilos en el país centroamericano.
Detrás de todo está una hechicera
El diario español El País define a Rosario Murillo como “la mujer que salvó a Ortega y hundió al sandinismo”, calificándola como “extravagante, esotérica, incansable, Murillo es un personaje omnipresente en el régimen de Nicaragua: administra el Estado junto a su esposo, Daniel Ortega, con mano de hierro”
En las manifestaciones estudiantiles que, en abril de 2018, exigían que termine el mandato de Daniel Ortega, fue Murillo quien estuvo al frente, ordenando a sus subordinados las violentas represiones, con centenares de muertos y heridos en las calles, decenas de presos políticos y miles de familias que iniciaron el exilio.
Pero, un detalle, que no fue ignorado entonces, fue la ausencia del presidente Ortega. Se decía que había viajado a Cuba por algún quebranto de su salud. Lo concreto es que fue su esposa quien respondió con bala, sangre y fuego a lo que el régimen denominó un “intento de golpe de estado”.
El relato de diario El País la describía “tensa, descompuesta, áspera, Murillo aparecía en las cadenas de las televisiones que en Nicaragua controlan sus hijospara despotricar contra los manifestantes: “¡Minúsculos!”, les gritaba, entre otros adjetivos como vandálicos, plagas, delincuentes, vampiros, terroristas, golpistas y diabólicos. “¡No pasarán! Los diabólicos no podrán nunca gobernar Nicaragua”, afirmaba.
Para ella, de acuerdo con la crónica, lo que sucedió fue una afrenta. No iba a perder el poder que, por varias décadas, buscó y atesoró enfrentándose, desde el comienzo, con las principales figuras históricas del sandinismo, para favorecer a Daniel Ortega.
Muchos de esos personajes, sobre todo intelectuales, fueron perseguidos. Acusó de “loca” a su propia hija, cuando ella culpó a Ortega de haberla abusado sexualmente. Así, ligando su actuación política con el esoterismo y las ciencias ocultas, ha logrado mantener incólume al sátrapa nicaragüense. Como la “eternamente leal”, la nombró Ortega cuando la declaró su binomio vicepresidencial en el 2016.
“No vuela una mosca sin que la compañera Rosario se entere”, se dice en las calles de Managua, sobre el aparato de inteligencia creado para investigar a supuestos conspiradores, opositores o a cualquiera que piense diferente.
Ella maneja la agenda de Ortega, controla ministerios y alcaldías. Es jefa del gabinete. Los que le contradicen son humillados y despedidos. Su presencia atosiga todo el día las ondas radiales y televisivas. Ella anuncia obras, la agenda de los funcionarios, la suscripción de acuerdos o la llegada de vacunas donadas contra el COVID-19 (siguen en el misterio las cifras sobre mortalidad y casos de personas afectadas en el país).
Su discurso, en el que prevalecen sus creencias esotéricas (es seguidora de Sai Baba) y una mezcla de “cristianismo-santerismo-revolución”, pone al país en manos de Dios, pero mitificando su imagen y la de su esposo, por sobre las figuras religiosas a las que dice adorar. “Es una manipulación que se hace de la religión para humillar y dominar al pueblo”, según Silvio Báez, obispo nicaragüense crítico con el régimen.
Murillo nació en Managua el 22 de junio de 1951. Su madre era Zoilamérica Zambrana Sandino (vínculos familiares nada menos que con el prócer Augusto Sandino) y su padre, Teódulo Murillo, un conservador de Chontales, zona ganadera del centro del país. Muy joven fue enviada a estudiar a Suiza por sus padres -ricos productores de algodón-. Se dice que estudió etiqueta y modales burgueses, para cuando se case.
Sin embargo, siempre simpatizó con los guerrilleros que combatían a Somoza. Estuvo presa, era lectora de versos y consignas revolucionarias en reuniones que mantenía con guerrilleros que ocultaba en su casa de Managua. Perdió un hijo en el terremoto de 1972, lo que causó un fuerte trauma en su vida.
Aunque ya conocía a Ortega, porque lo visitó en sus siete años de prisión durante la dictadura somocista, su relación inició en su exilio en Costa Rica. Desde allí fueron inseparables. Tras el triunfo de la revolución sandinista en 1979, Ortega fue una de las cabezas visibles del movimiento. Al ser él nombrado miembro de la junta de gobierno, Rosario creyó que la relación acababa. Pero, se convirtió en el poder en el área cultural del país, como directora de la Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura (que agrupaba a poetas, pintores, escritores y actores).
Entonces mantuvo, por su carácter autoritario, tensas relaciones con personajes renombrados de la cultura, como el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal y otros escritores como Gioconda Belli. Murillo creía que debía ser reconocida como una gran poetisa. Desde allí inició su hostilidad hacia Cardenal (ministro de Cultura), hasta lograr su caída. Así logró que la cultura sea funcional a sus intereses.
Ortega y Murillo tienen nueve hijos: Carlos Enrique, Daniel Edmundo, Juan Carlos, Camila, Luciana, Maurice, Rafael, Laureano y Zoilamérica. Cuando en 1990 Violeta Chamorro ganó la presidencia y terminaron diez años de una revolución arrasada por la guerra civil, la pareja pasó a la vida civil, con Ortega como el eterno candidato opositor. Fueron años complicados y se dice que vivieron con ayudas de viejos camaradas revolucionarios, como el tirano libio Gadafi.
Tras la acusación por violación de su hija Zoilamérica a su padrastro, Murillo declaró a su hija como “loca y mentirosa”. Desde ese momento, fue imprescindible para Ortega. Así tomó el control y se alió con su otrora enemigo, el cardenal Miguel Obando, quien los casó por la iglesia. Después se convirtió en la jefa de campaña su esposo, y mediante pactos, volvió al poder en 2007. Desde entonces Ortega persigue a sus críticos, controla las instituciones y organiza fraudes electorales. Desde Venezuela le llegó ayuda petrolera de su aliado Hugo Chávez, que posibilitó el surgimiento de una política clientelar y de enriquecimiento ilícito, hasta la muerte del dictador venezolano en 2013. La oligarquía “orteguista” es una familia que controla el poder y ya no quedan en el entorno viejas figuras del sandinismo revolucionario que le opaquen.